“Todo tiene su final”, reza el estribillo de una de las canciones más famosas del cantautor Héctor Lavoe. Con la nostalgia que evoca la frase, desde Cruz Azul la entonan a coro para sobreponerse al fin de una etapa que dejó momentos inolvidables y otros menos agraciados, pero que formaron parte de una gran parte de la historia del club.
El Estadio Azul, o de la Ciudad de los Deportes, ha cambiado de fachada, de aforo, de colores, y de nombre. Poco queda de lo que fue la casa de los cementeros a lo largo de 22 años. A mediados de 2018 se rompió la relación con un recinto menos estético que el Estadio Azteca, pero con un aura que marcó toda una era en la institución celeste.
Con la vuelta del Atlante al inmueble, los jerarcas de los Potrillos en conjunto con los administradores, llevaron a cabo una serie de modificaciones para dejar en optimas condiciones un terreno que hasta hace unos meses era baldío. Los asientos de los graderíos dejaron su azul celeste de lado y ahora forman un bonomio azulgrana.
No contentos con ello, el Estadio Azul dejó de existir para dar paso al Estadio Azulgrana. Incluso desde fuera se remodeló la pintura principal y el celeste que adornaba cada domingo los partidos de La Máquina fue sustituido por un azul más oscuro y un color vinotinto que dan una nueva cara.
El aforo es otra de las modificaciones que se cambió desde el arribo del Atlante. De acuerdo a la reportera de Espn,Mac Reséndiz, el estadio de la Ciudad de los Deportes ha pasado a un aforo de 37,000 a 34,000 como consecuencia de las distintas refórmulas en cada sector del estadio. Será imposible olvidar el testigo de tantas victorias y otras derrotas en 22 para cada fanático de Cruz Azul, pero como dice en su canción el Cantante de los cantantes: “Tenemos que recordar que no existe eternidad…”