VamosCruzAzul.com te traeuna nueva entrega de la sección “Letras Celestes”, que son textos de diferentes géneros literarios, perorelacionados de alguna manera con el Cruz Azul. “Gritar y gritar”
por Javier Caravantes Soy de Puebla, y allá sólo iba al Estadio Cuauhtémoc cuando la Máquina visitaba a la Franja. El DF nunca fue un destino turístico para mi familia y aunque deseé visitar muchas veces el Estadio Azul, por años me conformé con apenas ver los partidos en la televisión. En enero por cuestiones de trabajo y estudio, vine a rentar una habitación en Coyoacán. Los primeros tres meses fueron muy duros, no encontraba chamba y conocía a poca gente. Casi no tenía dinero pero un sábado que tuve algo extra, fui a una librería de viejo por algunos libros y guardé cien pesos para un boleto al estadio. Alguien me dijo las instrucciones de cómo llegar: un camión, subirme al metro, recuerdo que bajarme en Eugenia y otro camión. Luego de como cuarenta minutos ya estaba parado enfrente del estadio. Lo admiré un buen rato, también recorrí los puestos ansioso de ver tantas playeras, y objetos del equipo. Sin dinero para comprar algo. (En Puebla acostumbraba a sentarme en platea, cómodo y tranquilamente analizaba los partidos y a veces cuando uno de azul la metía gritaba un gol discreto). Caminé hasta las taquillas, una larga fila me esperaba, un revendedor se me acercó y me ofreció un boleto a ochenta pesos, me dijo que en la taquilla valía setenta, pero que si me esperaba a hacer fila ya no me daría tiempo ver a las “celestes”. Acepté. Ya no me acuerdo si fue por la puerta seis o siete pero por alguna de esas entré. Me gustó mucho la cercanía de la tribuna a la cancha y comencé a imaginar que en unos meses cuando tuviera un mejor empleo, tal vez podría rentar un departamento en uno de los edificios vecinos y desde ahí podría asomarme los sábados a ver el partido. Sí, claro, un departamento de diez mil pesos, imposible, regresé a mi realidad. Acomodé los cuatro libros que cargaba en el asiento de a lado y de a poco la parte del estadio en la que yo estaba se fue llenando. El equipo contra el que iba eran los Tigres y casi no había playeras amarrillas, sólo algunas esparcidas en las tribuna del estadio. Las celestes salieron y claro, el revendedor había tenido razón: valía la pena llagar temprano con tal de verlas. Antes de que salieran los jugadores, nos repartieron banderas y por fin, me di cuenta de que estaba dentro de la barra del Cruz Azul. Tuve que cargar mis libros con la otra mano porque ya no había espacios vacíos y con la derecha tome la bandera. Nos paramos para recibir a los jugadores que entraban por los gusanos. Un abucheo para los Tigres y gritos para los azules. Y así empezó la primera porra y los saltos. Me tuve que parar en los tubos que sirven como respaldo de las manos para ver bien. Las banderas estorbaban y aprenderme las canciones de apoyo me distraía de lo que sucedía en la cancha. El primer gol se produjo de un tiro de esquina que aprovechó Riveros. El Cruz Azul no estaba jugando bien, Landín era espectacular, parecía muy fuerte y hasta rápido pero no llegaba a los balones, Zeballos no hizo ni una jugada buena, los laterales casi no subían y el partido era lento. Aún así las porras, los saltos, la agitación de banderas no disminuía. Al principio me molestó que a la barra poco le importara lo que pasaba en la cancha y estuviera más pendiente de qué canto entonar para hacer revivir a los jugadores. Llegó el medio tiempo y me animé a comprar una cerveza, ya vería después como me las arreglaría para llegar con el dinero suficiente a fin de mes. En el segundo tiempo Ariel Bogado en una jugada rapidísima sorprendió a Beltrán y a Yosgart. Clavó el gol del empate. Francamente ya no tenía ganas de seguir gritando y bajé la bandera. En ese momento me miró un tipo: vestía la playera con la que el Cruz Azul había sido campeón, tenía la cara hinchada, como si estuviera crudo, la barba mal recortada, y gritó groserías, reprochando la falta de empuje hacia el equipo. Sentí que una carga eléctrica recorrió mi cuerpo, un coraje a la vida difícil en el DF, a planearse metas que parecen tan lejanas como los altos departamentos alrededor del estadio, a sólo ver de lejos a mujeres como las celestes sin poder nunca acercarte a ellas. Y comencé a gritar hasta rasparme la garganta, a saltar aunque me dolieran los tobillos, a agitar la bandera de lado a lado sin importarme que me estorbara la visión. De nada sirvió para que el Cruz Azul ganara, el partido terminó en empate a uno, pero tampoco importó eso, yo me sentía bien, relajado, había sacado toda la tensión que traía encima. Me esperé algunos minutos para ver salir a los jugadores del estadio y caminé hacía mi casa contento de saberme Azul. VamosCruzAzul.com agradece a Javier Caravantes por su valiosa colaboración en el sitio. Foto: Mexsport