Rubén Omar Romano pasó de ángel a demonio en solo tres minutos. El que fuera entrenador de Cruz Azul en el 2005, se había ganado el cariño y respeto de la afición, si bienpor hechos extradeportivos, Romano nunca fue objeto de críticas a pesar de su bagaje intrascendente por el banquillo de La Noria.

Pero todo sentimiento afectivo hacia el, pasó a ser un resentimiento férreo por parte de todo cementero que desde entonces lo consideró un desagradecido e incluso algunos lo llamaron traidor.

Todo cambió de rumbo en la final del Apertura 2018. Aquel 16 de diciembre del 2017 se vieron las caras Cruz Azul y el América en una de las finales más esperadas por el público mexicano. Pedro Caixinha era el timonel de La Máquina en aquella época, y tenía enfrente al siempre polémico Miguel Herrera. Al final, las Águilas terminarían por imponerse a los celestes y se quedaban con el título, pero fue al término del encuentro, y en las celebraciones, cuando Romano se puso en contra a todo Cruz Azul.

“Felicidades Miguel, te lo chingaste de principio a fin a ese hijo de su puta madre”, dijo con una sonrisa en los labios y claros ademanes de felicidad el que fuera entrenador de Cruz Azul al estratega victorioso. Resultó por más de extraño esta muestra de antipatía e indiferencia ante la derrota del que fuera su equipo, más aún cuando Cruz Azul apoyó en todo momento a Romano en uno de los hechos más dramáticos del fútbol en México.

Fue a la salida de las instalaciones de La Noria cuando Rubén Omar Romano fue abordado por varias personas para secuestrarlo. Durante más de dos meses el entrenador estuvo en paradero desconocido hasta que por fin hubo noticias de su liberación y colmó de júbilo a todos los aficionados cementeros.

Romano en su vuelta a las canchas

Luego de su liberación volvió al banquillo de La Máquina en un acto multitudinario en donde se congregaron miles de aficionados de Cruz Azul para darle la bienvenida al que era su técnico en ese momento; el mismo que tiempo después se reiría de la derrota de su ex equipo y para penetrar más hondo el puñal, en una final y ante el peor rival.

¡Imperdonable!