Cuando en la Copa Confederaciones de Alemania previa al Mundial del 2006 se supo de la exclusión del plantel de Salvador Carmona, pocos se aventuraban a creer que se tratara de un caso de ‘doping’ deportivo. Su llegada a México coincidió con la sentencia: un año suspendido de toda competencia a nivel de clubes y selecciones. Y lo que muchos pensaron era otro ‘lío de faldas’, resultó ser algo mucho más crítico. Contaba con 29 años en aquel entonces.

Un año antes, en el 2005, Cruz Azul lo traía como el fichaje más importante de aquella temporada. Para el Clausura de ese año La Máquina se aseguraba al mejor lateral del momento. Carmona respondió con creces: jugó 18 partidos -todos como titular- y no desentonó en ninguno. El nacido de la Ciudad de México pasaba a engrosar la lista de “los mejores fichajes cementeros”.

Después de la sentencia que anunció la FIFA, Carmona apeló la decisión pero se encontró con una negativa. Cumplida la pena, volvió a las canchas con los celestes y pareció el mismo del campeonato en el que se le suspendió. Ese Clausura 2007 lo revivió como jugador y participó en 16 encuentros, todos desde el inicio, y desde La Noria se frotaban las manos por el regreso de un lateral que muchos ya daban por perdido.

El equipo parecía encaminado al título. Pero llegaron las semifinales contra Pachuca y todo se derrumbó: Cruz Azul sería eliminado y Salvador Carmona sería excomulgado del mundo del balón.

“Qué juegue”, se ordenó desde las altas esferas cementeras. La frase pareciera común en un presidente que confía en su jugador, pero esta cobraba otro halo debido a que horas antes de ese encuentro ante el Pachuca, se informó a la directiva celeste que Carmona reincidió y dio positivo.

Poco importó la derrota 3-1, desde la Federación Mexicana de Fútbol se comunicó la descalificación del equipo por permitir jugar a un futbolista que se había dopado. El Tribunal de Arbitraje Deportivo había dictaminado la suspensión de por vida de Carmona y desde Cruz Azul se les había ignorado.

El tema repercutió en todo el fútbol mexicano, y como si de una película de espías se tratase, todos empezaron a buscar culpables que nunca nadie descubrió. Al final, el lateral derecho que a todos había ilusionado ahora era desterrado de las canchas. A día de hoy aún se desconocen todos los responsables, la única certeza de aquellos años es la imagen de Salvador Carmona en un campo de tierra, en un lugar inhóspito de los llanos mexicanos, en donde cobraba por partido y nadie venía a preguntar, con micrófono en mano, si de nuevo había jugado dopado.