Ha pasado un año desde que físicamente ya no está en este mundo que parecía quedarle tan pequeño, de aquel inesperado 25 de noviembre en el que se estremecióel planeta entero antela noticia de su partida. El día que la pelota lloró y el futbol murió. Hoy se cumple un año desde que Diego Armando Maradona dejó el mundo en el que se consagró como Dios y entonces los recuerdos llegan y más de uno tiene lugar en México, uno en especial, con Cruz Azul.
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Su imagen en territorio aztecaha sido una sola, la inmortal, con la que se consagró como el mejor futbolista del mundo y de todos los tiempos:Maradona en la cancha del Estadio Azteca, con la Copa del Mundo en sus manos, con una sonrisa gigante y consumando elamor inigualable que le tenía a la pelota con un beso que hizo que el universose rindiera ante sus pies.
Pero más allá del Diego inmortal, de la leyenda y figura que le puso su firma al Gol del Siglo y le prestó su mano a Dios para que su Argentina gritara un gol contra el país ‘que les mataba chicos en las Malvinas‘, como lo describió el propio astro, hubo un Diego humilde que regresó a México 18 años después de la hazañapara hacer vibrar de nuevo la tierra que lo vio coronarse como Campeón del Mundo.
Fue el19 de marzo de 2002, la fecha que jamás se podrá olvidar: Diego Armando Maradona saltó a la cancha del Estadio Azuly de inmediato se encontró con algunas de las figuras de aquel Cruz Azul, dicho sea de paso, incluido el director técnico Campeón, Juan Reynoso, como ‘4’ y capitán del equipo;al‘Matute’ Moraleslo abrazó, con esa alegría que derrochaba en cada paso,también bromeó con el ‘Loco’ Abreu y siguió su camino.
Todos, los jugadores del equipo de los amigos deCarlos Hermosilloportaron el número 27 en el dorsal, en homenaje al ídolo cementero que aquella tarde se despedía de las canchas, todos, menos uno: el Diego, por razones por demás obvias. El eterno 10 lució su 10, intacto, como siempre y así comenzó su cátedraen territorio mexicano, una vez más.
Tan solo jugó 20 minutos, una operación reciente de la rodilla, y su escueta humildad por no querer opacar al ‘Grandote de Cerro Azul’ en su partido de despedida, fueron los motivos; aun así, firmó la asistencia para el primer gol y más tarde, cuando estaba a punto de estremecer las redes, fue derribado en el área y el silbante marcó la pena máxima. Carlos Hermosillo cambió el penal por el gol y festejó con su amigo Diego.
“Nadie se divierte y divierte tanto charlando con la pelota. Nadie da tanta alegría como este mago que baila y cuela y resuelve partidos con un pase imposible o un tiro fulminante. En el frígido futbol de fin de siglo, se ha ido el hombre que nos demostraba que la fantasía puede también ser eficaz. Nos hemos quedado todos un poquito más solos”, Eduardo Galeano.