El Conejo lo fue todo para Cruz Azul. Histórico, canterano, líder, guardián imbatible de su arco, el número 1 como lo indicó su dorsal por más de 15 años y, para los más exigentes, también fue campeón; el último arquero campeón de Liga. Ídolo en toda la extensión de la palabra; leyenda, figura y todos los adjetivos que exige un inmortal en la historia del club.

 

Y ahí está, enfundado en los colores que ama, listo para decir adiós con 46 años de vida. Rodeado de un Estadio Azteca que lo aclama, que lo ama, que le agradece, que se le entrega, que le ofrece como regalo una última ovación. Todos de pie, le aplauden y corean su nombre.

Él trata de contener el llanto, pero no puede más. Las lágrimas lo vencen como no lo hicieron miles de disparos letales ante los que saltó con el poderoso resorte que esconde en sus piernas para contenerlos. Como puede, logra llegar al área y se coloca en la inmensidad de la portería en la que forjó su grandeza, se acomoda los guantes y espera ansioso que la pelota llegue a él.

Todos queremos que nunca llegue ese momento, que no le llegue la pelota y que no se vaya, que sea eterno como nuestro amor por él, como nuestra admiración, como nuestro agradecimiento. Pero sucede.

La pelota rueda desde el círculo central y después de algunos toques, ocurre lo inevitable: se va directo al área y ahí ya la espera su amado Conejo, con los brazos abiertos y dispuesto a entregarle su último beso como futbolista profesional. Entonces la toma, la abraza, la besa, eleva la mirada al cielo y agradece; sus lágrimas delatan su dolor, su resistencia al retiro que alargó lo más que pudo, pero también la lealtad y el amor que siempre sintió por estos colores.

Y mientras las tribunas se estremecen, le lloran y le reafirman que él es el único “chingón”, en el césped lo abrazan sus compañeros y sus rivales y con un pasillo de campeón le indican la salida de la cancha: después de 26 años de carrera, tres mundiales, cinco títulos con La Máquina y millones de momentos inolvidables, Óscar Pérez sale de cambio, para no volver más.

El Conejo le hereda su lugar a Jesús Corona, también la banda de capitán y se marcha, se retira del futbol con un emotivo adiós: el equipo que lo vio nacer, ahora también lo ve partir.

En su maleta se llevará los últimos guantes que usó, uno que otro recuerdo, un libro escrito con letras de oro repleto de todas sus hazañas, todo el reconocimiento y de paso nuestra infancia llena de asombro cada que volaba, nuestras ilusiones cada que lo veíamos defender nuestra portería, el orgullo por saberlo nuestro; nuestro último campeón y todo el amor eterno. ¡Gracias por cada segundo que le dedicaste al futbol, Conejo de mi vida! Te llevas también mi corazón celeste.