Que el equipo más grande del país te busque con insistencia; que el club para el que juegas se aferre a tus servicios por temor a perderte; que lleves el 10 en la espalda y seas figura; y que además te apoden “El Principito”, te hace entrar al sitial angosto donde se encuentran los ‘jugadores distintos’.
Ese fue el caso de Ramón Núñez en su llegada a Cruz Azul, meses después, lo que parecía un cuento de hadas terminó como una película de terror norteamericana: con desarrollo mediocre y final predecible.
Ramón Núñez llegó con el cáliz de las estrellas en junio del 2009 proveniente del Puebla. El hondureño nacionalizado estadounidense tuvo seis meses de gran rendimiento en el equipo de La Franja, lo que motivó a la directiva celeste a pujar por sus servicios.
“El club buscó por todos los medios retener al centroamericano, pero el ofrecimiento celeste lo sedujo y no hubo forma de evitar su marcha”, comentó en aquel entonces Jesús López Chargoy, uno de los accionistas de Puebla.
La Máquina desembolsó 1,1 millones de dólares para la llegada del “Principito”, al que estampó el número 10 en la playera y lo hizo ver como el jugador insigne que llevaría a Cruz Azul a retomar el título. Nada más lejano de la realidad.
En ese Apertura del 2009 disputó solamente 11 partidos en los que no consiguió ni una anotación. Sus únicos tantos se contaron en la Concacaf Liga de Campeones en donde perforó la red en dos ocasiones.En total, disputó 15 partidos ese año para un total de 805 minutos en un momento donde estaba llamado a ser el jugador insigne del equipo.
Tras ese año mediocre, en donde no cumplió con las expectativas, regresó a Honduras y se sumó a las filas del Olimpia. Al final, “El Principito” no fue tal y terminó yéndose por la puerta de atrás dejando un vació que vino a llenar Christián “Chacho” Giménez, que se convertiría con el tiempo en un ídolo para la fanaticada cementera.