Hay un viejito sentado en una silla, allá por la cancha, se alcanza a ver a lo lejos. Trae una gorrita azul y casi siempre usa un pants también color azul. No es la primera vez que anda por acá, vigilando el entrenamiento, se le ve muy seguido y se le ve muy interesado. Ha visto pasar tantos jugadores y tantos entrenadores, pero él sigue aquí.

Me recuerda mucho a mi abuelito. Tendrá unos 100 años, o menos, o tal vez más. Si lo ves de cerca te darás cuenta que su edad no importa; observa con gran atención cada práctica, como si se las supiera todas en el campo de juego, es como si hubiera sido campeón o hasta bicampeón con este equipo. Se le ve feliz, con esperanza, con ilusión. Tan lúcido.

¿Por su mente pasarán recuerdos? ¿O el sueño de verse campeón otra vez con estos colores? A lo mejor observa al portero e inevitablemente se acuerda de cuando compartió la cancha con un superhéroe que volaba para defender su portería, tal vez recuerde al Superman Miguel Marín levantando la copa en 1979 o 1980.

Tal vez recuerda cuando bordó en este escudo dos de sus ocho estrellas, sí, seguramente, su sonrisa lo delata, esa sonrisa llena de experiencia y de gloria es incomparable, como de quien se sabe una leyenda, como de quien le dio tantas alegrías a este club y tanta sabiduría a todo el futbol mexicano.

Porque a leguas se nota que no sólo fue campeón aquí. Sus conocimientos y sus dotes de estratega seguro le alcanzaron para poner en la órbita del futbol profesional hasta a un equipo modesto, es más, lo ascendió y después lo hizo campeón dos veces de Liga y hasta de Copa

En total, presume un par de Copas, cuatro trofeos de Campeón de Campeones, dos Copas de Campeones de la Concacaf; es el entrenador más ganador en la historia del futbol mexicano con siete títulos en la Primera División y además su nombre está escrito en la papeleta del primer triunfo que consiguió la Selección mexicana en una Copa del Mundo, el 7 de junio de 1962. Fue inducido al Salón de la Fama en 2011, tiene un libro y hasta un billete de la Lotería Nacional con su imagen.

¡Cuánta gloria! ¡Toda una eminencia! Claro que es una leyenda. Seguro que puede presumir muchas más páginas éxitosas en toda su carrera, pero entonces, ¿qué hace aquí un hombre tan importante? ¿por qué después de tanta trayectoria en las canchas viene a pasear por La Noria? La respuesta es una sola: El corazón manda.

El señor se llama Ignacio Trelles, de cariño le dicen ‘Don Nacho’, siempre trae una gorrita azul, con el escudo de Cruz Azul bien grande al frente, la cual hace juego con su pants azul, también con un escudo de Cruz Azul del lado del corazón y otro en la pierna derecha.

Sentadito en una silla observa con nostalgia cada entrenamiento, seguramente recuerda cuando él estaba al frente de aquel equipo a finales de la época de los 70, cuando lo consolidó como amo absoluto de esa década, la auténtica Máquina Cementera de la Cruz Azul; sin duda alguna fue pieza fundamental del capítulo más glorioso de su historia y de su grandeza.

Por su mente pasarán un sinfín de recuerdos, pero sin lugar a dudas también el sueño de verse campeón otra vez con estos colores. Los colores que siempre amó.

 

Hoy, ‘Don Nacho’, con 103 años de vida, se levantó de su silla, con la fortaleza que siempre lo caracterizó, tomó la andadera que tanto lo esperó a su lado y pisando el césped, paso a pasito, se marchó sonriente, directo hacia la eternidad.

No volvió a ver en vida a su Cruz Azul Campeón, pero el día en que la novena llegue, todos sabemos hacia donde irá dirigida la Copa y todas las miradas: hasta el cielo, en honor a la leyenda de Cruz Azul llamada Ignacio Trelles.

Hasta siempre, maestro. Gracias por todo.