Cuántas veces dijimos "nunca más", cuántas veces lloramos de rabia y nos quitamos la camiseta y la aventamos después de un nuevo fracaso, como si nos quisiéramos quitar de encima el peso de los 23 años sin título y todas las derrotas que ya parecían burlas; lo hicimos recién en diciembre del 2020.

Apenas hace cinco meses nos prometimos nunca más llorar y darle un descanso al corazón después de la forma inefable y cruel en que Cruz Azul perdió la Semifinal ante Pumas, pero apenas llegó la Jornada 1 del Guard1anes 2021 y nos volvimos a poner la camiseta, porque, dicen, así es el amor, incondicional, para toda la vida; y volvimos a perder.

 

Nos aguantamos que no trajeran refuerzos, que nos pusieran a un director técnico que nunca había sido campeón en el futbol mexicano, la cuarta o quinta opción después de que Matías Almeyda, Hugo Sánchez y otros nos dijeran que no; nos aguantamos un corazón roto y una ilusión perdida que parecían no tener remedio.

Pero entonces, lo que nadie sabía es que Juan Reynoso nunca se quitó la camiseta blanca con el 4 en el dorsal con la que fue Campeón con Cruz Azul en el Invierno 97; y con esa inercia de la octava estrella se puso a trabajar en busca de la novena, como si los años no hubieran pasado, confió en su equipo como si en sus filas aún estuvieran aquellos ídolos que lograron la hazaña: Óscar Pérez, Lupillo Castañeda, Carlos Hermosillo, Francisco Palencia, Benjamín Galindo y compañía.

"Algo que manejamos con los muchachos es que hoy en Cruz Azul nos interesa el hacer y el decir, ambas cosas. Para decir primero tenemos que hacer. Ellos encontrarán poco a poco su mejor versión y con ese hacer poco a poco empezaremos a decir. A partir de eso construiremos al nuevo Cruz Azul", dijo el estratega peruano que recibió un equipo con el ánimo destrozado y su afición quebrada; nadie le creyó y aquí está a 90 minutos de hacer historia con ese nuevo Cruz Azul que prometió.

Cuántas veces dijimos nunca más y aquí estamos todos otra vez, a 90 minutos de la gloria, de la recompensa a las burlas que tanto aguantamos y a cada lágrima que derramamos; a 90 minutos del sentimiento que no sabremos explicar, pero que nos obligará a decir: "valió la pena", a 90 minutos de que estalle el corazón y nos quedemos sin voz, a 90 minutos de mirar al cielo por los que ya no están y volver la mirada por los que siguen con nosotros y a quienes orgullosos le heredamos los colores. 90 minutos y una última petición: Esta no se nos puede escapar. ¡Vamos por la novena, Cruz Azul de mi vida!

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